Ahora que estoy con “la pata chula”,
me he encontrado con un tiempo precioso que creo que estoy sabiendo aprovechar;
pero también es en esta situación cuando más me estoy dando cuenta de la
importancia de muchas cosas cotidianas y que ahora, o no puedo o me cuesta
mucho hacer: ir al baño, acercarme a consultar un libro, bajar a tomar un café,
o –sobre todo- ir a ver a mi familia… mi sobrino, por ejemplo, se ha puesto
malito y me es imposible acudir a estar un ratito con él, me he tenido que
conformar con el teléfono.
Yo creía que, al tener un padre
parapléjico, ya estaba más que
concienciado con las dificultades de movilidad, pero la verdad es que, hasta
que un problema no lo vives en tus
carnes no te enteras del todo de lo que eso
es.
Esas escaleras del convento que he
subido y bajado corriendo varias veces a
diario, ahora se han convertido en un abismo agotador, el pasillo que conduce a
mi habitación se ha vuelto interminablemente largo y la ducha, una arriesgada acrobacia.
Lo que ayer era normal, un acto
automático que realizaba sin darme cuenta, ahora se ha transformado en
desafío. Unas veces me desespero, aunque
en la mayoría de ellas acabo riéndome “a
pierna suelta” de mí mismo, de mi torpeza
y de lo absurdo y complicados que son los montajes que preparo para las
acciones más sencillas.
Sé que ya he hablado otras veces
aquí de lo importante que es valorar lo cotidiano, pero ahora tengo que volver
a hacerlo, quiero recordar a quien me lea, todas las bendiciones habituales que
podemos disfrutar; esas que parece que no cuentan, las que creemos que nos
vienen de serie, que son la normalidad… esas que no aprendemos a apreciar hasta
que nos faltan: las personas que nos quieren y los detalles que nos regalan sin
parar; el cuerpo, que aunque sufra alguna limitación siempre está rebosante de
posibilidades; la risa; el Sol y las estrellas; el hogar; la fe… la infinita cantidad de regalos impresionantes en la que nos movemos y vivimos todos los
días. Por muchos y graves que sean los problemas que se nos presentan, siempre
son más grandes y poderosas las cosas buenas que se nos dan. ¡Que no se nos
escapen!
Me recuerda mucho un artículo que hace años escribió un monje de Poblet, Agustí Altisent, "¡Tengo dos pies!" Estaba en una situación equivalente a la tuya, y ese fue su descubrimiento: la maravilla por tantas cosas cotidianas que nos sostienen, sin ser conscientes de ello.
ResponderEliminarSi la segunda convalecencia te es tan provechosa como cuentas de la primera, bien nos valga la pena un esguince ;-) Ánimo desde Salamanca. natàlia
pd: qué bien que hayas retomado el blog.
Felix. Desde Valencia te mandamos un abrazo grande somos los padres de Vicente Benedito estás en nuestras oraciones.
ResponderEliminarMucho animo
TE QUEREMOS MUCHO HERMANO. sigue cuidándote no te confíes. Tu familia siempre te quiere estés más o menos presente. Los demás también nos sentimos culpables por no haberte podido visitar más.ÁNIMO...UN ABRAZO MUY FUERTEEEE te quiero
ResponderEliminarHe descubierto este blog maravilloso...¿no funciona más? ¡¡Qué imágenes tan inspiradoras!! Gracias, hermano.
ResponderEliminarFélix, te echamos de menos... ¿Cuándo vuelves a predicarnos con tus dibujos? No hace falta que te estropees un tobillo... pero esperamos tu vuelta!
ResponderEliminarContemplar y DAR LO CONTEMPLADO. ;D