jueves, 2 de agosto de 2012

1 de agosto. SIENA SIEMPRE


El otro día comentaba que acabo de volver de un campo de trabajo que se suele organizar todos los veranos desde hace 18 años.

Hace todo ese tiempo que yo tuve por primera vez esa experiencia: se realizan diferentes voluntariados por las mañanas, las tardes se dedican a la reflexión, tenemos varias celebraciones… durante quince días vivimos en un ambiente comunitario, de oración, estudio y cercanía con el dolor de los hermanos; haciendo de todo ello una alegre predicación del Evangelio.

Allí me enamoré de lo dominicano, descubrí mi vocación y clarifiqué que quería que mi vida entera fuese como aquello…

Esta vez ha sido la última, no sin dolor, he pensado que ya es hora de quitarse del medio y dejar que otros tomen el relevo. Sin embargo, junto a todos los recuerdos y sentimientos acumulados, a pesar de todo lo que me ha pasado en tanto tiempo; he constatado que aquella pasión que encontré siendo mucho más joven, seguía siendo totalmente nueva: me he vuelto a enamorar de esos jóvenes alucinantes; de sus ganas; de sus sueños y capacidades; de la sencillez, la alegría y el humor; he vuelto a ver los ojos de Jesús en otros ojos, en el rostro del sufrimiento y la soledad;  me he dejado arrebatar el corazón una vez más y, con todos ellos, he vibrado al son del Reino.

Ahora, cada uno sigue con su vida, con sus proyectos… no sé que pasará el día de mañana, ni qué decisiones tomarán o lo que harán con su existencia; ya deben ser cientos los jóvenes que han pasado por allí y que hoy son adultos con las vidas hechas por otros cientos de caminos distintos… pero confío en que esos días juntos no habrán sido en balde, porque –aunque sólo sea un poquito- han visto la luz de Dios y eso no se olvida nunca.

Yo vuelvo a casa tan emocionado como ellos, puede que más… porque cuento con una ventaja… sé que eso no es una burbuja; que, a pesar de todas nuestras incoherencias y flaquezas, el Evangelio puede ser vivido diariamente… siempre habrá hermanos, nunca nos faltará nuestro Señor… ni su mano tendida desde un rostro angustiado.





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