jueves, 8 de septiembre de 2011

7 de septiembre. DESDE LA AZOTEA

Esta noche, no sé por qué, me ha dado por subirme a la azotea del convento… he estado un rato paseando, disfrutando del fresquito y, casi sin poder evitarlo, haciendo un poquito de oración.

Abajo, en la calle, el bullicio de la ciudad; las luces de las farolas y los coches; el sonido de la tele de algún vecino; risas de la gente que estaba de juerga y alguna sirena perdida en la lejanía… podía sentir todo eso, pero allí arriba era distinto: soplaba un aire tranquilo; el cielo oscuro pero inmenso envolvía mi cabeza; se veían estrellas, pocas, alguna perdida entre las nubes; había silencio y paz… era todo un lujo al alcance de cualquiera, porque en esta ciudad todas las casas tienen azotea.

Dos realidades completamente distintas y, sin embargo, simultáneas; una que se impone, que es mucho más evidente que esa otra que exige que subas la escalera para descubrirla… imposible disfrutar de la azotea si no conoces las prisas y los destellos artificialmente cegadores de la otra situación.

Ahora acabo de bajar y se me ocurre que la oración también es un poco así; como esa azotea que está ahí, una posibilidad real y cercana. Subir la escalera da pereza y exige que dejes lo que estás haciendo, puedes pasar toda la vida sin visitarla, sin enterarte de la riqueza que te estás perdiendo; pero si lo haces ves la vida cotidiana desde una perspectiva mucho más amplia, te encuentras contigo mismo y más allá… entonces ya no te quieres bajar y, aunque te quedarías allí eternamente, acabas volviendo a tus quehaceres cotidianos completamente fresco, nuevo, más vivo y más tú…

Cuando subes una vez, te acuestas deseando volver, pensando incluso en invitar a los amigos y montar una fiesta o ¡una buena cena!


3 comentarios:

  1. Las coincidencias son curiosas a veces. Al recrear tu experiencia en la azotea me has recordado un 2 de Julio de 2005 precisamente en la azotea de un convento, pero esta vez no en vuestra Sevilla sino al otro lado del charco, en latinoamérica. Yo visitaba a un amigo, y como sosegador remedio ante el enorme bullicio de esta capital sureña, él tiene la misma costumbre que tú. Se sube a la azotea del convento, hace silencio y reza. Cierto es, si no conoces las "prisas y los destellos cegadores", tienes menos elementos para reconcer y saborear esa paz. Esa tarde habíamos visitado a algunas familias de uno de los barrios más deteriorados e invisibilizados de la ciudad. Al acordarnos de ellos en la azotea, nuestra conversación bien podría haber sido una oración, tal cual la tuya.

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  2. Yo me he llevado trece años sin subir a la mía por lo que tú dices, por pereza(son cuatro pisos a pie),y es verdad que cuando descubres las cosas, te das cuenta de lo que quizás te has perdido durante tanto tiempo.Es totalmente comparable a la fe, a la iglesia, el acercarte y conocer más a Dios, o incluso descubrirlo desde otra perspectiva.Menos mal, que tengo la suerte de tener personas a mi lado ,que me han hecho subir a esas azoteas, aunque me queden muchas por subir.TQ.Bss

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  3. Gracias, gracias y mil gracias por esta azotea, porque al leer este bonito texto, hoy me he sentido como si estuviera en la azotea.

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